viernes, 22 de marzo de 2013

La última


Acabo el Laboratorio Espacio Vacío 2013 con una profunda sensación de alegría y de riqueza. Este proyecto me ha permitido trabajar con actores de formación y procedencia muy diversa, afrontar retos escénicos, y sobre todo, trabajar en unas condiciones más que favorables para la investigación. Hasta incidentes que hemos sufrido a mitad del proceso, como la lesión de Anahí Beholi, han servido para hacer crecer el trabajo. La rápida sustitución de Elena Esparcia requirió nuevas vías para dirigir la interpretación de Samia, que hasta entonces había sido asociada automáticamente a la energía y personalidad de Anahí. En todo momento hemos contado con el apoyo del equipo de Cuarta Pared, tanto para coordinar a todos los actores como para las necesidades técnicas y de producción, así como para la presencia clave de las dos colaboradoras, Raquel Sánchez e Irene Martín.
Este proceso, que se inició con el laboratorio En Blanco 2012, junto a la dramaturga Carla Guimaraes, ha sido una búsqueda dentro de la comedia y el código fantástico. Si en el coloquio de En Blanco surgió el dilema, por parte de algunos espectadores, acerca de la mezcla de códigos humorísticos, es cierto que en el coloquio de Espacio Vacío el dilema seguía sin resolverse. Pero no porque no lo intentáramos. Sencillamente, el dilema se había desplazado de un lugar a otro, de un gag a otro, de una escena a otra. La diferencia entre el humor paródico, basado en guiños a la cultura popular compartida por todos, y otro humor más naif, tierno, y relacionado con la narración oral que marca toda la obra, siguió siendo acusada para muchos. Yo, a medida que pasan los días y sigo recogiendo impresiones de quienes estuvieron allí, voy comprendiendo mejor a qué se referían, aunque no lo comparta en algunos casos. Ha sido una apuesta fuerte del proyecto, impulsada por Carla Guimaraes, que he asimilado, haciéndola mía, hasta el punto de olvidar completamente la supuesta distancia directora-dramaturga.

El blog me ha servido como herramienta para orientarme dentro de estos apasionantes 15 días, donde hubiera sido fácil perderse entre emociones, ambiciones y miedos. El día de la muestra, por ejemplo, pude ver por primera vez todas las escenas seguidas, sumadas. Esto me llevó a recordar unas reflexiones que apunté aquí acerca de la escena final. En ella, Samia aparece en una especie de “cielo” donde concursa comiendo tiramisú contra su ídolo Mo Farah. En el blog reflexionaba acerca de cómo poner esto en escena, buscando esa apoteosis final que sugiere la dramaturga; al final de mi disertación dejaba caer que a lo mejor no había ninguna apoteosis y todo era un descanso final, una extremaunción. Al ver en la muestra todas las escenas seguidas sí comprendí que efectivamente esa carrera final no podía ser una carrera sin más. Tengo ganas de buscar otra escena final.

El trabajo con las colaboradoras ha sido determinante. El “ojo clínico” de las expertas me ha permitido descubrir cómo podía acercar las diferencias entre los actores, diferencias de formación y experiencia. Además, su aportación no ha sido sólo técnica, sino muy creativa. A Raquel Sánchez le di las claves de lo que queríamos trabajar: la competición y el obstáculo. Ella realizó varios días de improvisaciones y ejercicios en abstracto, de los que fuimos extrayendo material para aplicarlo a las escenas. Irene Martín buscó diferentes maneras de construir mares, campos de minas, coros de fanáticos religiosos, ladridos de militares, tormentas, etc, a través de la voz.

Para mí, este laboratorio ha significado el descubrimiento de un increíble grupo de personas que llegaron. No sé dónde, pero llegaron, y juntos. Además, gracias a la invitación de Carla Guimaraes, hemos abierto una puerta que genera reacciones apasionadas a uno y otro lado: el tratamiento de temas conflictivos a través del humor y la ingenuidad. Quiero seguir trabajando en este proyecto y continuar afinando esta búsqueda.

María Folguera

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